“Tú sabes que no debías reprobar, pero decidí que no pasabas y ahora también puedo decirte si pasas o no el extraordinario. Así que tú decide si buscamos una manera de arreglar el problema”.
Cursaba el penúltimo semestre de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH) cuando tuve que pagarle a un maestro 4 mil pesos para acreditar una materia; era o eso o acostarme con él.
Desde que ingresé a la llamada máxima casa de estudios de Chiapas sabía que había un grupo de maestros a los que debía tenerles respeto, por no decir miedo; al finalizar la carrera llegué a la conclusión que lo único que inspiraban era lástima y asco.
Para evitar que él me diera clases organicé un curso verano y aunque sí logré esquivarlo por un tiempo fue en el octavo semestre cuando lamentablemente me lo encontré.
Fueron meses de escuchar comentarios hirientes para toda la clase, porque para él no existía un género mejor que el otro, pues, todos éramos unos ineptos incapaces de salir adelante.
Al término del semestre llegó lo que sabíamos desde que iniciamos la carrera. El profesor reprobó a más de la mitad de la clase, y aunque muchos teníamos cómo comprobar que habíamos aprobado la materia él hizo valer su “poder”.
Después de enterarme que estaba reprobada hablé por teléfono con mis compañeros que también se habían ido al extraordinario.
Mi mejor amigo me comentó que había comprado un ajedrez en Liverpool, mientras que otros le habían pagado en efectivo o bien comprado artículos para su automóvil y su casa.
No sé si a las demás mujeres también las obligó a ir a comer, pero yo nunca olvidaré cuando me dijo “tú puedes pasar ese examen siempre y cuando me invites a comer a un restaurante italiano”.
Acudí porque era el penúltimo semestre, y en el siguiente yo debía dedicarme a realizar mi tesis para por fin graduarme, por lo que repetir la materia me complicaría todo, además que debía llevarla de nueva cuenta con él.
Durante la comida aceptó que yo no debía reprobar, pero que él había decidido darme una lección y en sus manos estaba también mi resultado del extraordinario.
Al término de la comida acarició mi mano y me dijo que era muy fácil que yo pasara el extraordinario. Yo lo aparté de inmediato y le contesté: “la única manera que encuentro de arreglar mi calificación está en mi cartera”.
Riendo él me dijo que estaba bien y me escribió en una servilleta la cantidad de 4 mil pesos, los cuales debía colocarlos en medio de un libro. Pero eso no fue todo, me obligó a comprarle un jersey de un equipo de futbol americano y artículos oficiales de la NFL.
El examen lo dejé en blanco y obtuve 8 de calificación, misma que tuvieron casi todos los que habíamos reprobado la materia.